martes, 23 de junio de 2009

Tarot

El aire de mar: lenguas de perro se deslizan en las ventanillas del autobús: patinan la frente de Antonio. Piensa fumar un tabaco. Piensa cómo sería fumar entre los tubérculos verdes que se aglutinan en el paisaje al modo de un ejército cansado pero numeroso. Palmeras bananeras, helechos, puntiagudas hojas agachadas por la constante lluvia; no conoce el nombre correcto de cada vegetal. Costaría hablar de individuos en la selva. Es un sarcasmo. Aquel árbol tiene tal nombre, tal personalidad, tal pasión, tal manía.

El camión se detiene a necesidad de los pasajeros. Aquí bajo. El sudor inunda todo, antoja recordar el incienso de las lectoras de cartas. Amalia leía las cartas. Lo sabía, él le mostró algunos trucos para hablar en función de cada arcano. Nunca actúan solas. Son como la selva, se le ocurre ahora. Las cartas. Como la transpiración de cada persona que se integra por completo en la selva.

Recuerda la tirada. La muerte y la luna. El deseo. Mira Amalia, el deseo siempre convoca la pérdida.

Tiempo después, Amalia huyó a Madrid. Su padrino había muerto. También murieron otros. Detestaba no comprender. Si para aquel momento ella aún estuviera en la costa, entendería todo. El mar enloquece el sueño, nos confronta.


Los muertos no son solitarios. Hacen fiesta para irse en carnaval. Amalia está en Madrid porque no entendía el mar. Escapan a las olas. Los traga un rato el horizonte para escupirles como gaviotas desesperadas por los cadáveres perezosos de los peces.

Los árboles no se sostienen por sí mismos.

1 comentario:

  1. Me gustan las cartas poéticas. En el fondo el juego del azar que se nota en la historia y las voces de quien narran, interesante la apuesta.
    Saludos

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