martes, 21 de diciembre de 2010

En 1979, con razón de aquel último viaje a B... Sabine Klüss recordó con peligrosa pasión el destierro clandestino del editor infinitista don Vinicio P Urriba del viejo barrio "la Perdida" al hacer frente a un público de rojos y religiosos con las siguientes palabras:

"yo no seré de ustedes lo que el asta a una bandera bastarda"

La bandera bastarda, Sabine y la bandera bastarda; los asesinatos de finales de diciembre no fueron mecha suficiente y Sabine huyó reencontrado a varios de los viejos abanderados entre los humos del licor proletario.

El perfume que de la cuchilla se despide corta el aire del tiempo, piensa.

martes, 6 de abril de 2010

...esa eres cuando tu rostro destroza el parabrisas de un datsun y se integra como tentáculos hambrientos al árbol que ahora es tu vida...

... y ahora me inclino a tí con la cámara en los dedos bajo el rojoazul de ambulancias

parece que te conozco
más de lo que tú misma
un reporte pericial una nota un número


no disfruto mi trabajo, es triste. Hace años pienso esto será temporal, aunque ahora

el deseo huye a la masturbación desesperada de un hombre que ve luces reflejadas en el vidrio hecho polvo

Disfruto las mañanas proféticas, las que bañan mi memoria, las que me hacen parecer cualquier hombre caminando a cualquier hora

cualquier día

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cientos de aves atraviesan el Himalaya sujetas tan solo a las plumas y los músculos a ellas pegad0s. Poesía: mar enredado de algodón en las puntas metálicas de las montañas. Poesía: las garzas más débiles pierden altura, morirán quizá, inmediatamente: satisfechas en el dolor de la roca. Poesía: ...

Si un animal consciente: -----> muerte<------ ¿significado? La lógica del lenguaje parte de la existencia obligada del tiempo------> La raza narrativa.


Paolo es un hombre solo. Vive en un cuarto de pensión para estudiantes y tiene 59... el próximo año serán 60. Hace 16 años salió de la casa conyugal. Hace 25, de la casa paterna. Gana bien. Su sueldo le permite mantener a sus hijos y su esposa. Le permite muchas cosas más. Paolo sigue casado. Hoy espera que todo cambie, ha conocido a una mujer, otra. Otra además de la anterior otra. No importa, todas al final se irán. Ellas se ríen con él, le sonríen, difrutan su plática. Sólo ellas y sus estudiantes.

Lo más aptos sobrevivirán, y los débiles aceptarán felices su gran labor en este mundo, avergonzados tomarán un desesperado buche de aire, un último y bien merecido puñado de oxígeno. El mundo es feliz.

La consciencia de los débiles:

Paolo y la naturaleza mantienen una relación cordial; se observan, uno al otro, sin hallar palabras; ni se molestan en agredirse. Tú allá, yo aquí.

Aquella mañana Paolo logró levantar su cuerpo del sillón que le tuvo atado desde que la puta saboreó el agrio semen de $300.00 más taxi. Será mejor que me vaya.


----->¡Así es cómo se moldean los cristianos! De la inmundicia la salvación, los cantos milagrosos. "¡No es mi culpa, no la es!" gritaba el ejército de mejillas rosadas y buenas costumbres, "!No es mi culpa, él lo hizo!"<------ Respira hondo: piensa lo fácil que sería rociar sus pecados sobre el demonio, si no se sintiera tan culpable.

"Bien Paolo, caminemos un poco y encontraremos nuestro trabajo, como las aves, crucemos estas montañas. Si caes, agradece." Día a noche la voz le acompaña.


Sólo la naturaleza no responde. Sólo la materia.

martes, 6 de octubre de 2009

Del amor.

Al hablar de amor pienso siempre en aquella papeleta que encontré en el suelo de la cantina: un poema amarillento. Buen trozo de alguna mente ociosa; un espíritu salvaje y adolorido por la herradumbre al rojo que incluso le perseguirá, esperemos, más allá de la muerte.

Patricio siempre dejaba mi rostro pálido cuando le veía beber ron y dejaba a un lado su .22 milímetros. Con esa arma no derrumbarías ni a un parapléjico, cabrón. Y él seguía bebiendo. Hace años que entró al bar con la única esperanza de encontrar a su esposa. Y asesinarla.
Borracho amanecía, con el arma completamente empapada con la botella rota. Imposible describirle como ser humano. Ni imaginar siquiera gestos que le delataran trazas de vida ordinaria.

A pesar de su inexistencia, en ciertos minutos un vestigio añejo e infantil le apoderaba. Se volvía un conversador sangrante y adictivo.

¡Si supieran! En la fábrica yo sólito, óiganme, yo solito pude hacerme millonario. ¡Tal vez no! Pero un buen billete y un puesto sí. La máquina, cuando yo estuve a su cargo, era de esas que los españoles trajeron cuando terminó la revolución. No sé. Tal vez después. No, no sé nada de lo que preguntas. Yo tenía que meter los dedos entre un rodillo así de chiquito y otro así, como de tonelada y media. Entre los rodillos y la navaja. No se llama así, pero le digo navaja pa' hacerme entender de cómo era. Tenías que sacar todas la borlitas que se hacían, porque la tela saca mucha mugre, hilitos que se van haciendo grandes y manchan el grabado. ¡Yo era un chingón!

Por no decir más, sería fastidioso recordar tantos detalles inútiles. Pero a su historia queda anclado el recuerdo de haberme encontrado esa noche el papel y su poema. Al continuar del tiempo, Patricio recibe el día siguiente como amanecen los monumentos: tan heróicos y tan sufridos. Tan insoportables. Tan inmutables.

Cuando tomé el poema no pude sino sospechar que acaba de reencontrar algo escrito por mi hace años. Aunque no fuera así, el miedo montó espinas sobre cada vértebra que intentaba mantenerme en pie. Todo se congeló. Para entenderme, haz de imaginarte el segundero detenido a mitad del chorro saliente de cerveza. La música y el mundo perdieron también el dinamismo que les otorga nombre y forma. Tan solo Patricio, penitente y dueño del silencio, seguía inmune a la parálisis poética.

Desde aquel momento hasta ahora todo ha venido acelerándose. Como si las navidades y los cumpleaños perdieran fuerza, se desplazaran violentamente una después de la otra. Si Patricio encontró a su esposa, no lo sé. Del poema, no dejaré de cantarlo en silencio. Cada estrofa, cada verso memorizado hasta la médula.

sábado, 3 de octubre de 2009

Parábola del desasosiego

Dejaré yo; sentenciaba Alicia cada noche, cuando le sorprendía su reflejo.
Al clarear la mañana, tu almohada perfuma de limpia-maquillaje el cuarto desamueblado de nuestras fantasías.
Si llamáramos Alicia a nuestra hija, el mundo sabría por fin que existes. Pensé. En algún momento ella también tendría un rifle cargado entre cejas; también gritaría.

Vaya que eras cursi. Yo sé, al final nuestra hija terminará siendo artista. Así como lo he deseado.

Me gustaba cuando te vestías desde el rabillo de mi ojo.
Soy, de alguna manera, adicto a sentirme sospechoso de cuanto agravio haya. Espiar tus senos sin ceder a la tentacion de nombrarme culpable.
Yo, el culpable.

Cuando el cañón cargado entre tus ojos, nuestra hija no se llamaba Alicia, ni tampoco perduraba tu rostro.

martes, 28 de julio de 2009

Sin párpados.

Pasaron sin prisa dos horas; afuera sólo escuchaba el recalcitrante paso de los automóviles; a lo lejos, una manifestación se anuncia.

Desde aquí arriba, veo dos cuerpos. Torpes y desnudos. Un colchón revuelto, cajas de cartón y un feísimo televisor desconectado.

Y yo dije, ¡pero la política es otra cosa!, mientras en la calle -porque desde nuestra ventana caemos a la calle principal- un grupo de sindicalistas galopeaban sus gritos cada vez más inconexos e irregulares.

Yo tengo mis propias opiniones. He escuchado tanto. Dentro, y desde dentro. Me gustaría platicar con ellos, los desnudos. Pero duermen.

Vivo con ellos sin percatarnos. Los observo diario, escucho. A mí se elevan las cuerdas que revientan en gemidos. A mí se eleva el vaho húmedo. Entre mí y las paredes, el eco.

Tengo miedo de caer. Desfigurarme. Los veo dormir y tengo tanto miedo de dormir también. Por eso mantengo mi atención en los detalles.

Detalles /afuera/:

I. Compromiso

Le dijo que quería casarse. Pronto. Ella buscó entre su bolso un tenedor. Él sonríe, cada detalle, hasta el más maniaco, se conservaba fuera de todo juicio. El tenedor entre sus dedos, lo sopesa, comprueba la calidad del robo. Perdón, qué me decías Lucrecio. Quiero casarme contigo. Entonces ella sacó un reloj de oro.

II. Mandato.

La escena comienza de noche. Las insoportables farolas brillan como cámara fotográfica. Un alguien que camina como viejo, de sombrero, quizá barbado, se aproxima a la puerta del edificio. Se seca las lágrimas, aunque infructuosamente, y llora sin encontrar consuelo. ¡De pronto siente un gran clamor desde las ventanas circundantes! ¡Su corazón en taquicardia! Escucha -escuchamos- una voz: Mo-Shé. ¡MO-SHÉ! Él, con los ojos desorbitados, la piel casi desmembrada, lanza un hilito de voz, pe, pe, pero mi nombre es Iyyov. Entonces, el silencio.

III. Crimen.

Las sirenas se encedieron, todas. Cinco patrullas al ceremonial canto, un ladrón sin sueldo fijo, una llamada de altavoz. Amenazas. El pillo, rodeado completamente, miró hacia la ventana -nuestra ventana- y de un brinco, lanzose al primer relieve de la pared, luego se estiró al siguiente, más arriba, más arriba. Los policias veían, divertidos. Caía, miraba hacia ellos, que estaban a menos de cinco metros, con cara de perro, y volvía a ejercer la vergonzosa peripecia. Y resbalaba de nuevo. Tan satisfechos con la maniobra, se regocijaban casi hasta el llanto. Uno a uno, todavía embriagado en la carcajada, se fue retirando, dejando al pobre ratero en el suelo.

domingo, 19 de julio de 2009

Instantánea de Rita.

Rita era solitaria. Para ella todo era un gran cuarto oscuro al que tenía que descubrir, de poco a poco, con una lámpara ténue que diera vida, por unos segundos, a cada detalle, para enseguida perderle de nuevo.