lunes, 18 de mayo de 2009

Para Alicia Pons sólo existen dos momentos en la vida: al caminar, al observar.

Cuando era joven tuvo centenar de amantes, incluso tú conociste la aspereza de cigarro añejo de su lengua. Un día ella está segura que no es feliz, se despidió de todos sin soltar palabra. Entonces debió tomar el autobús que la olvidara a una suerte desmemoriada y vacía. Para ese momento estarías planeando tu primer boda: no significaba nada la desaparición de Alicia:

dos años después, envuelto hasta el copete de loción, la buscarías sin mucho éxito.

Supones su muerte: siempre parecía tener la hoja firme sobre sus muñecas, el dogal en el cuello, el precipicio pretendiéndola diariamente.

Ella se volvió el ojo nervioso que te vería despertar, la cruda y el sudor viscoso que refríe tu piel al sol. Llegas a pensar, en un intento de valorar tu existencia, que fuiste la causa de su suicidio.

Alicia sigue viva.

Con el paso de los divorcios, e incluso después de nombrar Alicia a tu última hija, pensaste en la posibilidad de la supervivencia de Alicia Pons:

dedicas sin cansancio a ver las caras de quien pasa a tu alrededor, exploras fugitivamente sus rasgos, has incluso aprendido a memorizar lunares, cercanía de ojos y aberturas bucales

caminas rápido, sin dejar de guardar cada persona como una cámara fotográfica

pues sólo existen dos momentos en la vida

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