miércoles, 13 de mayo de 2009

requiem con el señor gondo

Cuando era niña vestía colores chillantes, inmensos moños, zapatitos grisaceos por el continuo lijar contra la tierra. Siempre exhibiendo negrísimas costras en las rodillas. Guardo su fotografía, como una costra
que requiero arrancar y

tragar una y otra vez
tragar una y otra vez
tragar una y otra vez

ví a Luis Gondo bajo el reloj de la estación. Nos presentaron hace años en una raquítica comida para escritores

marginales presumo

mi hija había muerto. dedico las mañanas a la contemplación infinita del televisor apagado.

Luis Gondo era el editor de una simpática antología de cuento corto, lleno de parágrafos, laberintos, y memorias violentamente pulverizadas

violentamente pulverizadas

espero con paciencia el café gratuito para largarme, Luis anecdotiza de un boleto que trae consigo siempre
habla del detalle y lo simbólico

Señor Gondo, así le dije pues mis años me han superado y he olvidado ver en los otros la empatía necesaria para una cortesía juvenil,


usted dijo que guarda un boleto de tren, yo guardo una costra.

¿por qué confesarme justo con él , por qué dirigíle la palabra siquiera?

la palabra siquiera

él sonrió conmovido,
demasiado conmovido
estuve a punto de soltar mi puño contra sus pómulos flacos, "¡no sabes lo que es guardar una costra!"; pensé

La estación, Luis Gondo, señor Gondo, ¿me recuerda? Él me observó entrecejudo

y sin mayor advertencia, empezé a llorar

1 comentario:

  1. Una costra, pedazo de carne portátil,
    nada,
    no sé lo que es una costra
    acaso una capa de hielo:
    costras de sol
    toda idea que se endurece por encima

    de la superficie blanda, suave, ligera

    ¿qué es la niebla, pregunta Gondo?
    Nada, nadie contesta.

    Piensa en la memoria de la niña como una capa dura
    Una capa en la que penetra el recuerdo falso del encuentro
    con Luis
    El tren, el boleto y la costra.
    ¿Y la nieve?

    entonces
    -¿Recuerda Sr. Gondo a la niña?

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