sábado, 3 de octubre de 2009

Parábola del desasosiego

Dejaré yo; sentenciaba Alicia cada noche, cuando le sorprendía su reflejo.
Al clarear la mañana, tu almohada perfuma de limpia-maquillaje el cuarto desamueblado de nuestras fantasías.
Si llamáramos Alicia a nuestra hija, el mundo sabría por fin que existes. Pensé. En algún momento ella también tendría un rifle cargado entre cejas; también gritaría.

Vaya que eras cursi. Yo sé, al final nuestra hija terminará siendo artista. Así como lo he deseado.

Me gustaba cuando te vestías desde el rabillo de mi ojo.
Soy, de alguna manera, adicto a sentirme sospechoso de cuanto agravio haya. Espiar tus senos sin ceder a la tentacion de nombrarme culpable.
Yo, el culpable.

Cuando el cañón cargado entre tus ojos, nuestra hija no se llamaba Alicia, ni tampoco perduraba tu rostro.

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